viernes, 7 de octubre de 2016

DEPENDENCIA

El escritor de novelas de misterio Demian E. se encuentra en el mejor momento de su carrera profesional. Su último trabajo se ha vendido en decenas de países. Desde la prensa especializada sólo recibe buenas críticas, y desde la editorial más y más jabón. Para Demian E., el escritor de novelas de misterio, su trabajo es lo más importante. De hecho es lo único, ya que toda su vida gira entorno a éste.
Hace unos años el escritor Demian E. cambió de lugar de residencia y rompió con su vida anterior. Abandonó la ciudad por un pequeño pueblo de montaña, tranquilo, ideal para sus quehaceres. Desde entonces perdió el contacto con todo su entorno. Además, en el pueblo no ha labrado ninguna nueva amistad. Con todo esto, el escritor de novelas de misterio Demian E. ha ido cada vez agriando su, ya de por sí, mal carácter. Esta circunstancia dificulta, un poco más si cabe, la aparición de nuevas relaciones.

Para el escritor de novelas de misterio Demian E. es imprescindible mantener un cierto equilibrio físico y emocional para poder llevar a cabo su labor con garantías. Para conseguir un estado óptimo, Demian E. sale cada mañana, en ayunas, a correr una hora por las pistas que atraviesan los campos de cultivo de alrededor del pueblo. Esta actividad le proporciona una liberación de endorfinas y un buen ejercicio cardiovascular, muy beneficioso para su estado anímico. Pero además obtiene otra recompensa. El corredor Demian E., escritor de novelas de misterio, se cruza cada día con el mismo tractor. Y cada día se produce el mismo ritual. El hombre que conduce el tractor,Elliot F., coleccionista de sellos postales, aminora la marcha en cuanto le ve y se aparta a un lado de la pista. Al pasar a su lado, ambos se saludan con una sonrisa cómplice, casi eufórica, como se saludarían dos conocidos de toda la vida a quienes ya no queda nada por decirse. En cambio la realidad es totalmente antagónica. El conductor del tractor Elliot F. y el escritor de novelas de misterio Demian E. son auténticos desconocidos. Para el escritor este contacto humano le supone la dosis suficiente de relación para poder sobrevivir. De hecho es el único contacto que mantiene. El hombre que conduce el tractor,Elliot F., en cambio, conoce en profundidad a todos los habitantes del pueblo, a quienes, sin embargo, no saluda tan efusivamente como a Demian E. El escritor es la única persona con quien nunca ha mantenido una conversación.

Una mañana, el escritor de novelas de misterio Demian E. realiza todo el recorrido de su carrera y extrañamente no se cruza con el tractor de Elliot F. El escritor Demian E. no le da mayor importancia, piensa que quizás esa mañana el hombre del tractor tiene otras tareas. Pero cuando al día siguiente tampoco se encuentra con él, el escritor comienza a sentir un extraño nerviosismo. Durante todo el día es incapaz de completar una sola frase y no se puede quitar de la cabeza la ausencia del Elliot F.. Por la noche le cuesta conciliar el sueño.
Al día siguiente el escritor de novelas de misterio Demian E. sale impaciente a correr, esperando encontrarse con el tractor. Pero sin éxito. Demian E. está desesperado. Su vida se tambalea. Su equilibrio se desmorona. Siente la soledad. Piensa que si no vuelve a saludar a Elliot F. nada volverá a ser lo mismo. El escritor Demian E., aquejado ya de múltiples neurosis, se encierra en sí mismo y decide no salir a correr. De esa manera puede imaginar que se encuentra a Elliot F. montado en su tractor y se saludan efusivamente, como siempre. En cambio, si decidiera salir a correr tiene pavor al pensar que no lo va a ver. Así sobrevive durante un tiempo.

El encierro en su mundo y la falta de ejercicio físico comienzan a hacer mella en el escritor de novelas de misterio Demian E.. Sabe que no puede continuar así por mucho tiempo. De modo que un día se arma de valor y sale de nuevo a correr. Su estado de forma ha empeorado, lo nota en las primeras zancadas. En cambio, el placer de poder volver a respirar a pleno pulmón le anima progresivamente. El corredor Demian E. va completando su recorrido sin hallar rastro del hombre del tractor. Demian E. comienza a sentir un nudo en el estómago. Pero de pronto percibe el inequívoco sonido del tractor, que se acerca. En ese instante no siente el cansancio ni teme a la soledad. Tan sólo está impaciente por el reencuentro y acelera el ritmo de su carrera para no demorarlo más. Tras una curva ahí está el tractor, que aminora su marcha, como siempre, y se aparta a un costado de la pista. Al pasar junto a él, el escritor Demian E. alza la vista y saluda efusivamente. Pero en el asiento del tractor no halla al hombre que esperaba saludar. Su lugar lo ocupa un chaval de unos quince años, que responde al saludo de Demian E con la misma o superior intensidad. El escritor Demian E. continúa corriendo y asimilando su nuevo contacto humano, sin duda del todo satisfactorio.
Esa tarde el escritor de novelas de misterio Demian E. escribe con la inspiración de los dioses. Su equilibrio vital se ha restablecido del todo. No tiene la completa seguridad pero si el presentimiento de que al día siguiente se encontrará de nuevo con el chaval de unos quince años subido en su tractor. Y sabe que lo saludará efusivamente.

Antes de dormirse, el escritor de novelas de misterio Demian E. piensa qué habrá sido del hombre del tractor. Quizás le ha pasado algo grave. O tal vez el chaval de quince años sea su hijo y en él haya delegado esa tarea. En cualquier caso al escritor de novelas de misterio Demian E. esa cuestión no le preocupa lo más mínimo ni le impide conciliar el sueño. Esa noche duerme como una cría de lirón en brazos de su madre.

lunes, 26 de septiembre de 2016

CONVALECENCIA



Hoy es el primer día que la señora Inga H. vuelve a pisar una de las denominadas zonas de alto riesgo, como parte de su terapia. Su terapeuta Josephine K. no se separa de ella ni un instante. No quiere perder detalle de sus sensaciones e impresiones. Así ha sido los últimos meses, en los que, paso a paso, la señora Inga H. ha cumplido con rigor todos los tratamientos requeridos para paliar su profunda adicción.

La señora Inga H. se siente nerviosa, tal y como Josephine K. le había advertido. Sin embargo, tiene ganas de afrontar este nuevo reto. Al entrar por la puerta principal del centro comercial Sur, la señora Inga H. recibe en su mente un cúmulo de recuerdos relacionados con aquel lugar. En casi todos se dibuja a sí misma comprando y comprando sin parar.

Es curioso que hace menos de un siglo los centros comerciales estaban repletos de gente a todas horas. Familias o amigos que iban a pasar la tarde, pero que acababan comiendo una hamburguesa, viendo una película comercial o comprándose unos pantalones. De hecho, estos lugares se crearon con este propósito: provocar en el ciudadano un impulso irrefrenable que le obligara a dejarse el dinero. En los escaparates se ofrecían reclamos, las empresas invertían en publicidad, todo estaba estudiado para que las personas no tuvieran más remedio que acabar comprando. La sociedad era cómplice de este gran engaño. Y es también cierto que toda la economía mundial se fundamentaba en el consumo. Mientras medio mundo se moría de hambre o malvivía sin recursos, la otra mitad se llenaba de artículos innecesarios. Ésto acabó enriqueciendo a unos pocos y arruinando a otros, como era de esperar. Por suerte, este sistema desapareció hace muchos años, con la introducción de medidas como el límite en la acumulación de propiedades y las leyes a favor de la equiparación de la riqueza. Ahora el mundo es mucho más justo: nadie muere de hambre ni carece de medicinas y nadie acumula fortunas.

La señora Inga H. y su terapeuta Josephine K. entran en una tienda donde se venden bolsos y carteras. Ambas observan el género y comentan las sensaciones de la paciente. Luego pasean por una tienda de ropa y otra de zapatos. La visita por el centro dura algo más de una hora y concluye de nuevo en la puerta de entrada. El resultado es muy satisfactorio, ya que la señora Inga H. no ha sentido en ningún momento la necesidad de comprar. El siguiente reto será otra visita al centro comercial Sur, pero esta vez en solitario, que prepararán a conciencia durante la siguiente semana. La doctora Josephine K. explica a la señora Inga H. que su síndrome es muy extraño en la psiquiatría actual. Tan sólo se produce en una de cada cien mil personas.

Sin embargo le informa que hace un siglo no era considerada una enfermedad, sino un hábito practicado por casi toda la población: el comportamiento habitual.
- Por aquel entonces - le dice - todo el mundo compraba cosas sin necesitarlas.
- Quizás es que me he equivocado de época... - bromea la señora Inga H., mientras sube al coche.

- Es posible. - le contesta sonriendo la doctora Josephine K.

sábado, 17 de septiembre de 2016

INFLEXIÓN

La familia K regresa de sus vacaciones estivales.
El señor K, la señora K y sus dos hijas han pasado prácticamente un mes en una localidad de la costa, disfrutando de la playa y de sus amigos. Durante sus vacaciones, la familia K ha tenido múltiples encuentros con amigos. Han quedado con ellos para comer o cenar. Algunos, incluso, se han quedado a dormir en el apartamento que los K alquilan desde hace años. El señor K y la señora K son una pareja amigable; son de aquellas personas que caen bien a todo el mundo y que gozan de una vida social ejemplar. Durante sus vacaciones, los K han hecho nuevas amistades, sobretodo parejas con hijos de aproximadamente la misma edad que las suyas.
El señor K abre la puerta de entrada de su casa y toda la familia ayuda a entrar las maletas. Están contentos, vuelven a oler el aroma inconfundible de su hogar.

Los K son una familia bien considerada en el pueblo donde viven: La señora K trabaja en la oficina de correos y el señor K regenta un negocio de jardinería; todo el pueblo los conoce. El lugar es muy tranquilo e invita a la confianza entre vecinos. La señora K va al trabajo en bicicleta y jamás ha requerido un candado para evitar su posible hurto. La puerta de entrada a la casa de los K se encuentra casi siempre abierta y rara es la vez que se cierra con llave. El señor y la señora K colaboran con todas las actividades de la población: comisiones de fiestas, juntas de vecinos, asociaciones del colegio,...

Al dejar la maleta sobre la cama de matrimonio, la señora K nota algo extraño. Mira a su alrededor y todo está en orden, pero ella sigue teniendo la sensación de que alguien ha estado allí recientemente. Entonces se apresura a mirar dentro del armario, donde guarda sus joyas. La señora K no tiene joyas económicamente preciadas. La mayoría son quincalla barata, pero guarda una sortija que le regaló su madre y que era de su bisabuela con cierto valor, sobre todo sentimental. Al abrir la caja roja que habitualmente la contiene el corazón le da un vuelco al comprobar que no está. La señora K sale corriendo de la habitación e informa alarmada a su marido.
                 - ¡Alguien ha entrado! ¡Nos han robado!- le dice.

Ambos se apresuran a cerciorarse del hurto y, una vez comprobado, deciden cómo proceder. Están nerviosos, ya que la situación a la que se enfrentan es nueva para ellos. Las niñas de los K se ven contagiadas por su estrés y comienzan a sentir un miedo que no conocían, que es el peor que se puede sentir. El señor y la señora K intentan tranquilizarlas, pero es una tarea difícil. El señor K examina detenidamente todas las habitaciones de la casa, comprobando que los ladrones no se han llevado, al menos aparentemente, nada más. Sin embargo, en su mesa de herramientas nota también la sensación de que alguien las ha estado toqueteando y las ha dejado desordenadas. Los K comienzan a sentir que alguien ha invadido su intimidad. Y es raro pues ellos la compartían con todo el mundo.
Por la noche, al señor y la señora K les cuesta conciliar el sueño. Necesitan saber qué van a hacer con el tema que le preocupa para dormir tranquilos. Finalmente deciden que contratarán una alarma para evitar más robos. A primera hora de la mañana, el señor K llama a un conocido del sector, y esa misma tarde tienen instalado todo el equipo de seguridad. Los instruyen a sus hijas en el manejo del mismo. Los K se sienten un poco más seguros, pero no quieren dejar ningún fleco en su protección, así que en una semana colocan rejas de hierro en todas las puertas y ventanas de la casa. Además hacen construir un muro alrededor del jardín con puntas de acero en su parte superior y cambian la puerta de entrada, blindada y con una cerradura de seguridad extrema.
Los K se sienten más seguros.
La señora K, sin embargo, comienza a alimentar la teoría de que el robo de la sortija se produjo por alguien que conocía el sitio en el que ella la guardaba. Es muy extraño que no hubiera ningún resto evidente de registro de cajones. Además no se llevaron nada más. Pronto convence al señor K, totalmente sugestionado por la situación, de que el ladrón es alguien conocido, a quien quizás ella, en un exceso de confianza, le enseñó la sortija de su bisabuela. Elaboran una primera lista de sospechosos. Sin embargo, la posibilidad de que alguien de la lista comentara el escondite de la joya con algún conocido, la hace crecer desmesuradamente. Los K sospechan de todo el mundo.
La familia K eliminan por completo sus relaciones sociales. Se dan de baja de las comisiones de fiestas y otras organizaciones del pueblo. No participan en ningún acto público. No quedan con nadie, tan sólo saludan fríamente a los vecinos. No dejan que sus hijas vayan a casa de ningún amigo de la escuela ni reciben ninguna visita externa. Ni siquiera se ven con la familia. Pronto la situación comienza a ser insostenible. Los K están acostumbrados a llevar una vida social muy activa y ahora se sienten totalmente descolocados. Poco a poco, en cambio, se hacen fuertes el uno con el otro y contagian esa unión a sus hijas.
La señora K deja su trabajo en la oficina de correos y, convencida por su marido, comienza a dedicarse a su gran pasión: pintar. El señor K vende su empresa e invierte el dinero en bolsa, lo que le reportará unos benecifios que les permitirán vivir de renta un tiempo. Los K pasan mucho tiempo juntos y están más unidos y enamorados que nunca. Piensan en tener otro hijo. Se sienten fuertes y capaces de cualquier cosa. El señor K propone a la señora K que podrían irse a vivir a una isla griega que visitaron en su viaje de novios. La señora K piensa que es una locura, pero por otro lado la mejor decisión que podrían tomar. Las hijas están encantadas de ir a vivir a un lugar paradisíaco del que sus padres les han hablado tantas veces. Los K ponen su vivienda en venta y, después de bajar su precio un par de veces, en pocos meses tienen un comprador. El señor K arregla todos los papeles y consigue un empleo de cocinero en la isla. Se siente feliz, como el que está a punto de tocar un sueño con las puntas de los dedos. La señora K está más ilusionada que nunca, en el mejor momento de su vida. Cuando suban al avión le dirá al señor K que está embarazada, que pronto tendrán un hijo... griego.
Los K deben abandonar su casa en una semana y se apresuran en hacer la mudanza. Sienten la nostalgia del que abandona un lugar en el que ha vivido durante mucho tiempo y en el que ha sido feliz. El señor K y sus hijas embalan cajas, mientras la señora K se encarga de sacar los libros de la librería. “Es extraordinario el polvo que se puede acumular a su alrededor...”, piensa. De pronto, tras una recopilación de cuentos de Herman Hesse, la señora K no puede creer lo que ha encontrado. Es la sortija de su bisabuela. La coge con los dedos y mientras la observa y le quita el polvo, recuerda, ahora sí, el momento en el que la escondió allí, antes de irse de vacaciones. La señora K se sienta y medita un instante. Pronto se levanta y llama a su marido:
- ¡Cariño!
- ¿Si, querida? - contesta él.
- ¿Quieres que hagamos un descanso y comemos algo? -pregunta.
- Perfecto, las chicas y yo estamos hambrientos.


La señora K va hacia el cuarto de baño y se sienta a orinar. Cuando acaba envuelve la sortija en papel higiénico y la arroja por el retrete. Tira de la cadena y se asegura que la tubería la ha engullido. Por si acaso tira de ella otra vez y cierra la tapa.

jueves, 8 de septiembre de 2016

UNO, DOS, TRES,... O CUATRO

El calmante comienza a hacer efecto y el dolor disminuye progresivamente. Tumbado sobre el camastro de la habitación del hospital, Alan H. entra en un estado de somnolencia. Cierra los ojos y pierde la conciencia, pero no llega a experimentar un sueño profundo. 
Su mente dibuja una escena del pasado, que se debate entre un recuerdo y una ilusión. Está con sus dos hermanos mayores en el embalse donde solían bañarse todos los veranos en el pueblo de sus padres. Los tres están en la plataforma, dispuestos a darse el primer chapuzón del día. Pero saben que el agua está muy fría, al menos esa es la primera impresión. Una vez superada ésta el baño resulta de lo más placentero. Deciden contar hasta tres para lanzarse a la vez. De este modo cuentan al unísono: uno, dos, tres. Al pronunciar tres Alan H. se tira al agua y sus dos hermanos permanecen sobre la plataforma riéndose de él, que muerto de frío nada como puede hasta la orilla. Su hermano mayor le dice que la cuenta era uno, dos, tres, y entonces tirarse.

Alan H. abre los ojos y vuelve a encontrarse frente a su cuerpo inmovilizado y enyesado de cintura para abajo. Su sueño de correr una maratón deberá esperar, al menos por un tiempo. Ahora que había conseguido entrenarse a fondo y prácticamente estaba preparado.

El silencio vuelve a hacer cerrar los ojos a Alan H., que ahora comienza a revivir el accidente. Llevaba cerca de dos horas corriendo por la pista forestal y sus piernas comenzaban a notar el lógico cansancio. Al salir de una curva se encontró con una motocicleta de frente y a toda velocidad. El piloto pudo frenar en seco y evitar el atropello. En seguida le pidió disculpas con la mano, que Alan H., aún asustado, aceptó. El motorista señaló hacia atrás e indicó el número tres con la mano. Alan H. le dio las gracias. Así pues prosiguió su trote cansino con la precaución de quien sabe va a toparse con dos nuevas sorpresas. De este modo llegó la segunda moto y la tercera, que Alan H. vio pasar desde el borde de la pista forestal. Entonces miró el cronómetro y decidió acelerar el ritmo hasta casa. Con la confianza de saber que ya no se encontraría ningún otro vehículo de cara, se situó de nuevo en mitad de la pista forestal y comenzó a correr más deprisa. Pero apenas dio una docena de zancadas una cuarta motocicleta le arrolló violentamente y le lanzó barranco abajo. Alan H. no pudo reaccionar. Luego vino la inconsciencia, la ambulancia, las fracturas múltiples, las operaciones, y ahora el camastro.

En el pasillo del hospital los dos hermanos de Alan H. hablan con dos de los cuatro motoristas sobre el accidente y sobre las cláusulas del contrato del seguro de responsabilidad de los vehículos. Uno de ellos les comenta que él estuvo a punto de topar con su hermano pero que luego le informó que tras él venían tres motos más. Insiste en que Alan H. pareció entenderle.

Desde su camastro, medio dormido, Alan H. oye voces en el pasillo. Distingue una, dos, tres,… o quizás cuatro.

lunes, 29 de agosto de 2016

LA MADRIGUERA


A las nueve y cuarto de la mañana, en el almacén de lámparas, el encargado de devoluciones G recibe la primera visita del día. Se trata de una partida de cuatro flexos. El joven que las trae le entrega también el albarán.
- Buenos días. Firme aquí. - señalando el lugar exacto en el documento, como si G no lo supiera después de tantos años. Después de firmar, sin mediar palabra, coloca las lámparas junto a todas las demás. El joven se va, ahora sin despedirse. G decide que ha llegado la hora de almorzar. Antes de coger su bocadillo de jamón y su refresco de naranja, sube el volumen de la radio, perpetuamente sintonizada en una emisora musical, de esas que repiten una y otra vez grandes éxitos de otras épocas. Luego se relaja mientras ingiere su comida, como si el resto del día estuviera muy estresado. Cuando acaba coge el termo y se hace un café, solo y sin azúcar, del único modo que se le encuentra el sabor. Luego recoge los restos del almuerzo, vuelve a bajar el volumen de la radio y continúa con su labor.
En el almacén de lámparas G desempeña la gestión de las devoluciones desde hace muchos años. Su tarea es simple. Cuando llega un material devuelto con alguna tara se le entrega junto con el albarán. El operario G se encarga de examinarlo, evaluar su defecto, elaborar un informe y, en función de éste, destinar el producto a un lugar u otro. La naturaleza de las devoluciones pueden ser múltiples: errores en la fabricación, roturas, falta de algún elemento...
En la actualidad, la función de G no tiene mucha importancia en toda la actividad de la empresa. En realidad se realiza porque las normativas de calidad en los procesos así lo requieren. Si fuera por los beneficios económicos que de ella se derivan, ya la habrían suprimido. Con el volumen de producto que fabrica la empresa, comparado con la nimia cifra de devoluciones que existen, saldría más a cuenta despreciarlas y no tener un departamento específico para ello. Hace algunos años, sin embargo, la importanciadel departamento era muy diferente. Pero entonces también la empresa era muy diferente. En realidad, la vida era muy diferente.

Hacia las doce del mediodía el operario G recibe una llamada desde las oficinas.
- Hola, llamo para confirmar las estadísticas de la semana pasada. - dice una voz femenina.
- Usted dirá. - contesta G.
- Devoluciones, sesenta y cuatro. Roturas, cincuenta y seis. Faltas, siete. Errores, uno. ¿Correcto?
- Correcto. - contesta G, mientras comprueba las cifras en su libreta. Cuando cuelga escribe una rúbrica junto a esos datos anotados, certificando su comunicación con las oficinas.

El operario G no sabe qué cara tiene la chica con la que acaba de hablar. Ella tampoco sabe nada de él, aunque probablemente por sus manos pasará en breve algún papel con su nombre y sus datos, que hará referencia a su inmediata jubilación. Para que esta se produzca tan solo quedan tres días, los que señala el calendario de su garito cuando, a las dos del mediodía, justo antes de concluir la jornada, el operario G tacha el día de hoy con una cruz.
Por la noche el operario G piensa en todos sus años en la empresa. Recuerda cuando entró a trabajar de encargado. Al principio las lámparas se fabricaban aquí y se vendían en toda la comarca. Él tuvo la posibilidad de ser socio de la empresa, pero entonces no quiso complicarse la vida. Si pudiera volver atrás... Entonces eran quince trabajadores, eran una familia. Poco a poco la cosa fue bien y la empresa fue creciendo. Años después una multinacional alemana la compró. Los socios fundadores desaparecieron y todo cambió. Nuevas normas, nuevos jefes, nuevas tareas. Las lámparas se dejaron de fabricar aquí, todo vendría de Alemania, y la empresa sólo se dedicaría a su distribución, eso sí a todo el país. A él le recomendaron las devoluciones, que al principio le pareció un cargo de responsabilidad, pero que con el tiempo se fue diluyendo. La empresa pasó de quince a cincuenta trabajadores. Luego a cien, a doscientos y a los mil ciento cincuenta de la actualidad. El operario G no conoce a prácticamente nadie.

Dos días antes de jubilarse, el operario G no recibe ni una sola visita en todo el día. Aunque parezca increíble, esto sucede en muchas ocasiones. Para G representa estar toda una jornada sin hablar con nadie, cosa que ahora casi prefiere. Hace años pasaba todo el día hablando con unos y con otros, durante el trabajo. Y luego, al concluir la jornada, iba con otros compañeros a tomar unas cervezas. El operario G no recuerda la última vez que fue con alguien del trabajo a tomar algo fuera de horas laborales. La verdad es que ahora sólo el hecho de pensarlo le da pereza.

Antes de dormir, el operario G se encuentra algo nervioso. Los últimos días le ha dado por pensar un poco más en su vida, en cómo se ha ido dejando llevar por ella, a veces por conveniencia, a veces por comodidad y otras por miedos. Piensa en cómo ha llegado hasta aquí. Estas reflexiones son absolutamente normales para alguien que está a punto de dejar de hacer una actividad que lleva tantos años desarrollándola. G no ha planeado todavía cómo va a ocupar su tiempo ahora. Quizás se retomará su afición de pintar, tantos años abandonada. O quizás vaya a pescar al mar..., tal vez se compre una barquita...

El día anterior al último día antes de jubilarse, el operario G tiene todo su trabajo concluido. Hace unos meses la empresa le informó que le iba a enviar un aprendiz para que él le instruyera en sus tareas. Pero eso no se ha producido, lo que da una idea de la importancia que se le da al departamento. El operario G tampoco lo ha reclamado, “ese es un zapato que no me aprieta”, piensa. Hacia la una del mediodía, el operario G recibe una llamada de oficinas, informándole que debe ir a firmar su jubilación. Así lo hace. Camina desde su garito, a través de un pasillo, rodeado a lado y lado de estantes repletos de cajas de lámparas. Luego llega hasta otro pasillo, éste más ancho, y, desde allí, camina hasta el otro lado de la nave, durante dos minutos, hasta que llega a una puerta. Hacía tiempo que G no realizaba este trayecto. Durante el mismo se cruza con decenas de trabajadores. No conoce a nadie, nadie sonríe, nadie le saluda. Sube por las escaleras hasta las oficinas. Llega a la recepción y le indican el despacho a donde debe dirigirse. Entra y un tipo está hablando por teléfono. Le hace una señal con el dedo de donde debe firmar, sin abandonar la conversación telefónica. Quizás a otro este detalle le parecería una falta de respeto a alguien que lleva tantos años al servicio de la empresa: unas formas inadecuadas, sin duda. Pero para el operario G quizás así sea mejor, ya que se evita la conversación con este cretino. Sale del despacho con una de las copias en la mano del documento que acaba de firmar. Deshace el camino hasta su garito, y allí vuelve a encender la radio, hasta la hora de la salida.

Esa noche, el operario G recuerda cuando hace más de veinte años se jubiló el señor H. Todos los compañeros le hicieron una fiesta. No se trabajó en todo el día. Le hicieron regalos, el hombre se emocionó. Entonces el operario G intenta recordar otra jubilación posterior, y la verdad es que no recuerda ninguna, hasta la suya. Antes de dormirse, recuerda que en más de treinta años no ha faltado ni un solo día a trabajar. El sueño se le apodera, como lo hace con la gente sin remordimientos, la gente que siente haber cumplido con su deber.
El último día de trabajo del operario G antes de jubilarse despierta soleado. 

A las nueve y cuarto de la mañana un joven transporta dos apliques que se rompieron en su trasporte. Lleva uno en cada mano y al caminar se oye el repiqueo de los cristales rotos, que inunda de música de percusión el pasillo central. Cuando llega al garito de las devoluciones se da cuenta que allí no hay nadie. El joven no le da importancia, del mismo modo que la empresa no se la da a las devoluciones, ni al operario G, y deja las dos cajas sobre la mesa, pisando el albarán con sus datos. El joven cree que el operario encargado de las devoluciones habrá ido al lavabo y enseguida regresará. El joven abandona el garito, que se encuentra ordenado, vacío y en silencio. Sobre la pared el calendario, con todos los días tachados, incluido el de hoy, aunque éste todavía no haya concluido. A esa misma hora el operario G se levanta de su cama, por primera vez en mucho tiempo, sin la ayuda del despertador. Está hambriento. Enciende su viejo tocadiscos y sintoniza su emisora favorita.


Dos días después de la jubilación del operario G, en el almacén de lámparas, dos cajas con sendos apliques rotos en su interior siguen pisando el albarán con sus referencias sobre la mesa del garito del departamento de devoluciones. La música ha dejado de sonar allí dentro desde hace tres días, pero nadie parece haberse dado cuenta.

jueves, 18 de agosto de 2016

LAS EDADES DE LA PERCEPCIÓN

Ahora no salgo de mi asombro al verme devorando los días, como si el mundo se acabara mañana.
Ahora no salgo de mi asombro al verme devorando los días,como si el mundo se acabara.
Ahora no salgo de mi asombro al verme devorando los días.
Ahora no salgo de mi asombro al verme devorando.
Ahora no salgo de mi asombro al verme.
Ahora no salgo de mi asombro.
Ahora no salgo de mí.
Ahora no salgo.
Ahora no.
Ahora.
Hora.
¡Ah!

Ha.

domingo, 7 de agosto de 2016

TARTA DE NARANJA

A través del cristal de la ventana de la nueva cafetería del barrio, T. observa la escena urbana. Suele pedir un cruasán o dos para acompañar el café con leche, pero esta mañana saborea un trozo de deliciosa tarta de naranja casera, aceptando la invitación de la propietaria argentina.
Un joven vestido con bata blanca corta el pelaje blanco de un minúsculo perro de raza. Mientras trabaja canta, y mientras canta no piensa. Afuera, junto a la puerta del local, un hombre está sentado tras un letrero escrito a mano que solicita ayuda económica. Las gentes abrigadas pasan por su lado sin prestarle demasiada atención. Algunos le miran de reojo, con disimulo.
Cuando los primeros rayos de sol alcanzan la vitrina del cristal de la peluquería canina el joven ha acabado de lavar y secar al chucho. El vaso de plástico del hombre de la puerta apenas alberga un par de monedas.
Una mujer madura camuflada bajo un abrigo de piel de algún otro animal entra en la peluquería canina. Tiene cara de pocos amigos. Desde la cafetería T. mira la escena, como si se tratara de una película de cine mudo. La mujer, al ver el corte de pelo de su mascota, recrimina al joven peluquero canino. El gesto de su cara se torna si cabe más hostil. El joven se encoje de hombros y parece disculparse. La mujer paga al joven el servicio y sale del local con aires de grandeza. Al pasar junto al hombre de la puerta el chucho se detiene y le olfatea. Éste acaricia al perro. La mujer estira fuerte de su correa y las venas de su cuello están a punto de explotar. El hombre sonríe.

El joven con la bata blanca sale de la peluquería, atraviesa la calle y entra en la cafetería. Saluda a la propietaria y coge de la barra dos cafés y dos porciones de tarta de naranja. Con una sonrisa regresa a la otra acera y se sienta junto al hombre. El sol ilumina sus caras relajadas. Hace menos frío. Ambos saborean su café y su trozo de tarta de naranja, dulce y ácida.