A las nueve y cuarto de la
mañana, en el almacén de lámparas, el encargado de devoluciones G recibe la
primera visita del día. Se trata de una partida de cuatro flexos. El joven que
las trae le entrega también el albarán.
- Buenos días. Firme aquí. -
señalando el lugar exacto en el documento, como si G no lo supiera después de
tantos años. Después de firmar, sin mediar palabra, coloca las lámparas junto a
todas las demás. El joven se va, ahora sin despedirse. G decide que ha llegado
la hora de almorzar. Antes de coger su bocadillo de jamón y su refresco de
naranja, sube el volumen de la radio, perpetuamente sintonizada en una emisora
musical, de esas que repiten una y otra vez grandes éxitos de otras épocas.
Luego se relaja mientras ingiere su comida, como si el resto del día estuviera
muy estresado. Cuando acaba coge el termo y se hace un café, solo y sin azúcar,
del único modo que se le encuentra el sabor. Luego recoge los restos del
almuerzo, vuelve a bajar el volumen de la radio y continúa con su labor.
En el almacén de lámparas G
desempeña la gestión de las devoluciones desde hace muchos años. Su tarea es
simple. Cuando llega un material devuelto con alguna tara se le entrega junto
con el albarán. El operario G se encarga de examinarlo, evaluar su defecto,
elaborar un informe y, en función de éste, destinar el producto a un lugar u
otro. La naturaleza de las devoluciones pueden ser múltiples: errores en la
fabricación, roturas, falta de algún elemento...
En la actualidad, la función
de G no tiene mucha importancia en toda la actividad de la empresa. En realidad
se realiza porque las normativas de calidad en los procesos así lo requieren.
Si fuera por los beneficios económicos que de ella se derivan, ya la habrían
suprimido. Con el volumen de producto que fabrica la empresa, comparado con la
nimia cifra de devoluciones que existen, saldría más a cuenta despreciarlas y
no tener un departamento específico para ello. Hace algunos años, sin embargo,
la importanciadel departamento era muy diferente. Pero entonces también la
empresa era muy diferente. En realidad, la vida era muy diferente.
Hacia las doce del mediodía el operario G recibe una llamada desde las oficinas.
- Hola, llamo para confirmar las estadísticas de la semana pasada. - dice una voz femenina.
- Usted dirá. - contesta G.
- Devoluciones, sesenta y
cuatro. Roturas, cincuenta y seis. Faltas, siete. Errores, uno. ¿Correcto?
- Correcto. - contesta G,
mientras comprueba las cifras en su libreta. Cuando cuelga escribe una rúbrica
junto a esos datos anotados, certificando su comunicación con las oficinas.
El operario G no sabe qué cara tiene la chica con la que acaba de hablar. Ella tampoco sabe nada de él, aunque probablemente por sus manos pasará en breve algún papel con su nombre y sus datos, que hará referencia a su inmediata jubilación. Para que esta se produzca tan solo quedan tres días, los que señala el calendario de su garito cuando, a las dos del mediodía, justo antes de concluir la jornada, el operario G tacha el día de hoy con una cruz.
Por la noche el operario G
piensa en todos sus años en la empresa. Recuerda cuando entró a trabajar de
encargado. Al principio las lámparas se fabricaban aquí y se vendían en toda la
comarca. Él tuvo la posibilidad de ser socio de la empresa, pero entonces no
quiso complicarse la vida. Si pudiera volver atrás... Entonces eran quince
trabajadores, eran una familia. Poco a poco la cosa fue bien y la empresa fue
creciendo. Años después una multinacional alemana la compró. Los socios
fundadores desaparecieron y todo cambió. Nuevas normas, nuevos jefes, nuevas
tareas. Las lámparas se dejaron de fabricar aquí, todo vendría de Alemania, y
la empresa sólo se dedicaría a su distribución, eso sí a todo el país. A él le
recomendaron las devoluciones, que al principio le pareció un cargo de
responsabilidad, pero que con el tiempo se fue diluyendo. La empresa pasó de
quince a cincuenta trabajadores. Luego a cien, a doscientos y a los mil ciento
cincuenta de la actualidad. El operario G no conoce a prácticamente nadie.
Dos días antes de jubilarse,
el operario G no recibe ni una sola visita en todo el día. Aunque parezca
increíble, esto sucede en muchas ocasiones. Para G representa estar toda una
jornada sin hablar con nadie, cosa que ahora casi prefiere. Hace años pasaba
todo el día hablando con unos y con otros, durante el trabajo. Y luego, al
concluir la jornada, iba con otros compañeros a tomar unas cervezas. El
operario G no recuerda la última vez que fue con alguien del trabajo a tomar
algo fuera de horas laborales. La verdad es que ahora sólo el hecho de pensarlo
le da pereza.
Antes de dormir, el operario G se encuentra algo nervioso. Los últimos días le ha dado por pensar un poco más en su vida, en cómo se ha ido dejando llevar por ella, a veces por conveniencia, a veces por comodidad y otras por miedos. Piensa en cómo ha llegado hasta aquí. Estas reflexiones son absolutamente normales para alguien que está a punto de dejar de hacer una actividad que lleva tantos años desarrollándola. G no ha planeado todavía cómo va a ocupar su tiempo ahora. Quizás se retomará su afición de pintar, tantos años abandonada. O quizás vaya a pescar al mar..., tal vez se compre una barquita...
El día anterior al último día antes de jubilarse, el operario G tiene todo su trabajo concluido. Hace unos meses la empresa le informó que le iba a enviar un aprendiz para que él le instruyera en sus tareas. Pero eso no se ha producido, lo que da una idea de la importancia que se le da al departamento. El operario G tampoco lo ha reclamado, “ese es un zapato que no me aprieta”, piensa. Hacia la una del mediodía, el operario G recibe una llamada de oficinas, informándole que debe ir a firmar su jubilación. Así lo hace. Camina desde su garito, a través de un pasillo, rodeado a lado y lado de estantes repletos de cajas de lámparas. Luego llega hasta otro pasillo, éste más ancho, y, desde allí, camina hasta el otro lado de la nave, durante dos minutos, hasta que llega a una puerta. Hacía tiempo que G no realizaba este trayecto. Durante el mismo se cruza con decenas de trabajadores. No conoce a nadie, nadie sonríe, nadie le saluda. Sube por las escaleras hasta las oficinas. Llega a la recepción y le indican el despacho a donde debe dirigirse. Entra y un tipo está hablando por teléfono. Le hace una señal con el dedo de donde debe firmar, sin abandonar la conversación telefónica. Quizás a otro este detalle le parecería una falta de respeto a alguien que lleva tantos años al servicio de la empresa: unas formas inadecuadas, sin duda. Pero para el operario G quizás así sea mejor, ya que se evita la conversación con este cretino. Sale del despacho con una de las copias en la mano del documento que acaba de firmar. Deshace el camino hasta su garito, y allí vuelve a encender la radio, hasta la hora de la salida.
Esa noche, el operario G recuerda
cuando hace más de veinte años se jubiló el señor H. Todos los compañeros le
hicieron una fiesta. No se trabajó en todo el día. Le hicieron regalos, el
hombre se emocionó. Entonces el operario G intenta recordar otra jubilación
posterior, y la verdad es que no recuerda ninguna, hasta la suya. Antes de
dormirse, recuerda que en más de treinta años no ha faltado ni un solo día a
trabajar. El sueño se le apodera, como lo hace con la gente sin remordimientos,
la gente que siente haber cumplido con su deber.
El último día de trabajo del
operario G antes de jubilarse despierta soleado.
A las nueve y cuarto de la mañana un joven transporta dos apliques que se rompieron en su trasporte. Lleva uno en cada mano y al caminar se oye el repiqueo de los cristales rotos, que inunda de música de percusión el pasillo central. Cuando llega al garito de las devoluciones se da cuenta que allí no hay nadie. El joven no le da importancia, del mismo modo que la empresa no se la da a las devoluciones, ni al operario G, y deja las dos cajas sobre la mesa, pisando el albarán con sus datos. El joven cree que el operario encargado de las devoluciones habrá ido al lavabo y enseguida regresará. El joven abandona el garito, que se encuentra ordenado, vacío y en silencio. Sobre la pared el calendario, con todos los días tachados, incluido el de hoy, aunque éste todavía no haya concluido. A esa misma hora el operario G se levanta de su cama, por primera vez en mucho tiempo, sin la ayuda del despertador. Está hambriento. Enciende su viejo tocadiscos y sintoniza su emisora favorita.
A las nueve y cuarto de la mañana un joven transporta dos apliques que se rompieron en su trasporte. Lleva uno en cada mano y al caminar se oye el repiqueo de los cristales rotos, que inunda de música de percusión el pasillo central. Cuando llega al garito de las devoluciones se da cuenta que allí no hay nadie. El joven no le da importancia, del mismo modo que la empresa no se la da a las devoluciones, ni al operario G, y deja las dos cajas sobre la mesa, pisando el albarán con sus datos. El joven cree que el operario encargado de las devoluciones habrá ido al lavabo y enseguida regresará. El joven abandona el garito, que se encuentra ordenado, vacío y en silencio. Sobre la pared el calendario, con todos los días tachados, incluido el de hoy, aunque éste todavía no haya concluido. A esa misma hora el operario G se levanta de su cama, por primera vez en mucho tiempo, sin la ayuda del despertador. Está hambriento. Enciende su viejo tocadiscos y sintoniza su emisora favorita.
Dos días después de la
jubilación del operario G, en el almacén de lámparas, dos cajas con sendos
apliques rotos en su interior siguen pisando el albarán con sus referencias
sobre la mesa del garito del departamento de devoluciones. La música ha dejado
de sonar allí dentro desde hace tres días, pero nadie parece haberse dado
cuenta.
Otro de tus relatos que hacen reflexionar en todos los aspectos: personaje señor G, empresas grandes que se transforman y son poco humanizadas, trabajos simples no valorados ... etc. Puedo pensar en cualquiera de esos matices de tu texto.
ResponderEliminarSi analizo el personaje, señor G, pienso que quizá no fue valiente en su momento cuando la empresa hizo la ampliación, (no quiso complicarse la vida).Otro rasgo de este personaje es la adaptación que ha sufrido con ese trabajo tan simple que cada vez tiene menos importancia para la empresa.Eso le hace ser muy rutinario en la labor diaria. He sonreído cuando dices que la hora del almuerzo le sirve de relax como si estuviese estresado. El señor G se ha ido cerrando en su MADRIGUERA . Aquí ya no sé si es culpa de su carácter, de la empresa o de la sociedad.
Y con ojos de jubilada que soy, no me entra en la cabeza que contando los días y teniendo tanto tiempo para pensar en su MADRIGUERA, no tuviese claro un buen plan de lo que haría al jubilarse.
Por último a nivel de mis emociones, he sentido lo afortunada que fui por recibir tanto cariño de todos mis compañeros y amigos en la despedida que tuve al "cambiar de actividad" como llamé a mi jubilación.
Espero el próximo relato, Daniel.
Gracias por el comentario, jubileta. En el personaje de G hay un poco de todo lo que comentas. Quería relatar la sensación de que nos acaban convirtiendo en números y todos somos un poco cómplices de ello.
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