sábado, 17 de septiembre de 2016

INFLEXIÓN

La familia K regresa de sus vacaciones estivales.
El señor K, la señora K y sus dos hijas han pasado prácticamente un mes en una localidad de la costa, disfrutando de la playa y de sus amigos. Durante sus vacaciones, la familia K ha tenido múltiples encuentros con amigos. Han quedado con ellos para comer o cenar. Algunos, incluso, se han quedado a dormir en el apartamento que los K alquilan desde hace años. El señor K y la señora K son una pareja amigable; son de aquellas personas que caen bien a todo el mundo y que gozan de una vida social ejemplar. Durante sus vacaciones, los K han hecho nuevas amistades, sobretodo parejas con hijos de aproximadamente la misma edad que las suyas.
El señor K abre la puerta de entrada de su casa y toda la familia ayuda a entrar las maletas. Están contentos, vuelven a oler el aroma inconfundible de su hogar.

Los K son una familia bien considerada en el pueblo donde viven: La señora K trabaja en la oficina de correos y el señor K regenta un negocio de jardinería; todo el pueblo los conoce. El lugar es muy tranquilo e invita a la confianza entre vecinos. La señora K va al trabajo en bicicleta y jamás ha requerido un candado para evitar su posible hurto. La puerta de entrada a la casa de los K se encuentra casi siempre abierta y rara es la vez que se cierra con llave. El señor y la señora K colaboran con todas las actividades de la población: comisiones de fiestas, juntas de vecinos, asociaciones del colegio,...

Al dejar la maleta sobre la cama de matrimonio, la señora K nota algo extraño. Mira a su alrededor y todo está en orden, pero ella sigue teniendo la sensación de que alguien ha estado allí recientemente. Entonces se apresura a mirar dentro del armario, donde guarda sus joyas. La señora K no tiene joyas económicamente preciadas. La mayoría son quincalla barata, pero guarda una sortija que le regaló su madre y que era de su bisabuela con cierto valor, sobre todo sentimental. Al abrir la caja roja que habitualmente la contiene el corazón le da un vuelco al comprobar que no está. La señora K sale corriendo de la habitación e informa alarmada a su marido.
                 - ¡Alguien ha entrado! ¡Nos han robado!- le dice.

Ambos se apresuran a cerciorarse del hurto y, una vez comprobado, deciden cómo proceder. Están nerviosos, ya que la situación a la que se enfrentan es nueva para ellos. Las niñas de los K se ven contagiadas por su estrés y comienzan a sentir un miedo que no conocían, que es el peor que se puede sentir. El señor y la señora K intentan tranquilizarlas, pero es una tarea difícil. El señor K examina detenidamente todas las habitaciones de la casa, comprobando que los ladrones no se han llevado, al menos aparentemente, nada más. Sin embargo, en su mesa de herramientas nota también la sensación de que alguien las ha estado toqueteando y las ha dejado desordenadas. Los K comienzan a sentir que alguien ha invadido su intimidad. Y es raro pues ellos la compartían con todo el mundo.
Por la noche, al señor y la señora K les cuesta conciliar el sueño. Necesitan saber qué van a hacer con el tema que le preocupa para dormir tranquilos. Finalmente deciden que contratarán una alarma para evitar más robos. A primera hora de la mañana, el señor K llama a un conocido del sector, y esa misma tarde tienen instalado todo el equipo de seguridad. Los instruyen a sus hijas en el manejo del mismo. Los K se sienten un poco más seguros, pero no quieren dejar ningún fleco en su protección, así que en una semana colocan rejas de hierro en todas las puertas y ventanas de la casa. Además hacen construir un muro alrededor del jardín con puntas de acero en su parte superior y cambian la puerta de entrada, blindada y con una cerradura de seguridad extrema.
Los K se sienten más seguros.
La señora K, sin embargo, comienza a alimentar la teoría de que el robo de la sortija se produjo por alguien que conocía el sitio en el que ella la guardaba. Es muy extraño que no hubiera ningún resto evidente de registro de cajones. Además no se llevaron nada más. Pronto convence al señor K, totalmente sugestionado por la situación, de que el ladrón es alguien conocido, a quien quizás ella, en un exceso de confianza, le enseñó la sortija de su bisabuela. Elaboran una primera lista de sospechosos. Sin embargo, la posibilidad de que alguien de la lista comentara el escondite de la joya con algún conocido, la hace crecer desmesuradamente. Los K sospechan de todo el mundo.
La familia K eliminan por completo sus relaciones sociales. Se dan de baja de las comisiones de fiestas y otras organizaciones del pueblo. No participan en ningún acto público. No quedan con nadie, tan sólo saludan fríamente a los vecinos. No dejan que sus hijas vayan a casa de ningún amigo de la escuela ni reciben ninguna visita externa. Ni siquiera se ven con la familia. Pronto la situación comienza a ser insostenible. Los K están acostumbrados a llevar una vida social muy activa y ahora se sienten totalmente descolocados. Poco a poco, en cambio, se hacen fuertes el uno con el otro y contagian esa unión a sus hijas.
La señora K deja su trabajo en la oficina de correos y, convencida por su marido, comienza a dedicarse a su gran pasión: pintar. El señor K vende su empresa e invierte el dinero en bolsa, lo que le reportará unos benecifios que les permitirán vivir de renta un tiempo. Los K pasan mucho tiempo juntos y están más unidos y enamorados que nunca. Piensan en tener otro hijo. Se sienten fuertes y capaces de cualquier cosa. El señor K propone a la señora K que podrían irse a vivir a una isla griega que visitaron en su viaje de novios. La señora K piensa que es una locura, pero por otro lado la mejor decisión que podrían tomar. Las hijas están encantadas de ir a vivir a un lugar paradisíaco del que sus padres les han hablado tantas veces. Los K ponen su vivienda en venta y, después de bajar su precio un par de veces, en pocos meses tienen un comprador. El señor K arregla todos los papeles y consigue un empleo de cocinero en la isla. Se siente feliz, como el que está a punto de tocar un sueño con las puntas de los dedos. La señora K está más ilusionada que nunca, en el mejor momento de su vida. Cuando suban al avión le dirá al señor K que está embarazada, que pronto tendrán un hijo... griego.
Los K deben abandonar su casa en una semana y se apresuran en hacer la mudanza. Sienten la nostalgia del que abandona un lugar en el que ha vivido durante mucho tiempo y en el que ha sido feliz. El señor K y sus hijas embalan cajas, mientras la señora K se encarga de sacar los libros de la librería. “Es extraordinario el polvo que se puede acumular a su alrededor...”, piensa. De pronto, tras una recopilación de cuentos de Herman Hesse, la señora K no puede creer lo que ha encontrado. Es la sortija de su bisabuela. La coge con los dedos y mientras la observa y le quita el polvo, recuerda, ahora sí, el momento en el que la escondió allí, antes de irse de vacaciones. La señora K se sienta y medita un instante. Pronto se levanta y llama a su marido:
- ¡Cariño!
- ¿Si, querida? - contesta él.
- ¿Quieres que hagamos un descanso y comemos algo? -pregunta.
- Perfecto, las chicas y yo estamos hambrientos.


La señora K va hacia el cuarto de baño y se sienta a orinar. Cuando acaba envuelve la sortija en papel higiénico y la arroja por el retrete. Tira de la cadena y se asegura que la tubería la ha engullido. Por si acaso tira de ella otra vez y cierra la tapa.

2 comentarios:

  1. Impresionante los giros que puede dar la vida por culpa, o gracias, a un pequeño instante.

    ResponderEliminar