Una avería
en las tuberías del gas ha dejado sin servicio a unos ochocientos vecinos del
barrio. Los operarios se esfuerzan en reponer los daños, pero parece que la
cosa va para largo. En plena ola de frío muchos de los afectados se han quedado
sin calefacción.
Los
reporteros no tardan en llegar al lugar de la noticia. Instruidos por sus
superiores van en busca de carnaza: deben conseguir los testimonios más
dramáticos, los más emotivos, los que más audiencia generen. Dadas las
circunstancias, la tarea no debe ser muy complicada. Con toda seguridad tendrán
donde elegir.
La primera
entrevistada es una joven que ha comprado una cocina y una estufa eléctrica.
Considera su situación soportable y cree que la gente mayor es la que más va a
sufrir. Una abuela enfundada en una manta sonríe delante de una estufa de gas.
Dice que se ha hecho unas tostadas con aceite y que su día a día no ha cambiado
mucho, pasa las horas frente al televisor. Comenta que peor lo tienen las
familias con niños. Un matrimonio carga un radiador en el maletero y también
sonríen a cámara. Dicen tener la situación controlada. Sus hijos juegan en el
asiento trasero del vehículo. Otro vecino pasea a su perro y confiesa que estos
días duerme con él. Quizás hacía años que ambos lo deseaban y ahora han
aprovechado la coyuntura... Y así un testimonio tras otro. Ninguna queja,
ninguna palabra más alta que otra, ningún síntoma de alteración. Los reporteros
sólo encuentran serenidad en el vecindario.
Después del
montaje de las imágenes y de su posterior emisión, las consecuencias de la
avería del gas no parecen tan graves. Pero visionadas una y otra vez en los
sucesivos informativos, éstas muestran una curiosa revelación. Todos los
afectados tienen el mismo estigma en su mirada. Una mirada que transmite
determinación, la mirada de quien ha sabido resolver un problema urgente. Es la
mirada de quien ha podido escapar de la sedante rutina y se ha visto obligado a
actuar. Es una mirada viva.
Cinco días
después la avería en las tuberías del gas sigue sin resolverse. Los reporteros
vuelven a desplazarse al barrio para volver a encontrarse con los vecinos y,
esta vez sí, consiguen lo que vinieron a buscar el primer día. Entre su
indignación, su estado anímico, sus reproches y su agotamiento no queda ni
rastro de aquella mirada. Quizás ésta volvería con una nevada, o con un corte
de luz,...
Aquí, quizá, se hace evidente lo de “lo poco gusta y lo mucho cansa”. Interesante corto Daniel, me gusta. Sigue dándole a la tecla y deleitándonos con tus escritos. Saludos desde Castellón.
ResponderEliminarGenial, está genial. El último párrafo ha sido demoledor. Has solucionado el escrito de una manera impresionante. Por favor Dani, no dejes de escribir. Espero leer mucho más. Besos, Covi
ResponderEliminarVoy a comentarte lo que se me ha venido a la cabeza al leer este relato corto por primera vez: Las personas sencillas resuelven situaciones de emergencia con las soluciones que tienen a su alcance y en su entorno próximo. Y muchas veces con empatía hacia otros vecinos que puedan estar peor. Pero esperan que quien tiene que resolver los conflictos lo haga con igual destreza. Los días pasan y eso no ocurre, esa mirada cambia. ( He pensado en este momento en el tema de refugiados ).
ResponderEliminarLeo el relato por segunda vez y reflexiono un poco. Las miradas muchas veces demuestran nuestro interior mejor que nuestras palabras. Las miradas con determinación normalmente no sucumben ante los obstáculos, pero pienso que la indignación y la determinación son dos de las grandes emociones que conducen al cambio, la otra mirada que tú dices.
Genial el relato, pocas palabras y bien resuelta la idea que quieres transmitir. Espero impaciente el próximo relato.
Gracias a las dos. Estoy en ello, Covi. A ver si es verdad.
ResponderEliminarGracias por tu comentario jubileta. Casi le has sacado más jugo del que tenía. Me alegro que te haya gustado.
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