lunes, 12 de diciembre de 2016

EL REFLEJO

El documental de leones en la sabana ha acabado y en la pantalla aparecen los títulos de crédito en inglés. Otto P. alarga su brazo hasta la cabecera del sofá en el que está estirado. En ese lugar ha depositado el mando a distancia del televisor, así que con la palma de la mano palpa a ciegas y enseguida lo tiene de nuevo en su poder. Apunta hacia el dispositivo lumínico situado bajo la pantalla e inicia un carrusel de cambios de canales, cada tres o cuatro segundos, tiempo suficiente para decidir si un programa vale o no la pena.

En escena un hombre escondido tras una columna. Lleva una pistola en la mano y está sudando, con el corazón latiendo a toda velocidad. Se encuentra en lo que parece la lavandería de un hotel, rodeado de carros repletos de toallas y sábanas, todas de color blanco. Por una de las puertas de la enorme sala plagada de ropa blanca entran otros dos hombres, también sudando, y también cada uno con una pistola en la mano. Es evidente que están persiguiendo al primer tipo. Ajenos a la persecución, los trabajadores de la lavandería, vestidos de blanco, siguen con sus tareas: sacuden la ropa, la introducen en las lavadoras o en las secadoras; otros la planchan, la doblan y la colocan en pilas... Los trabajadores del hotel son todos de raza oriental. Los dos hombres que acaban de entrar no. El tipo a quien persiguen tampoco. Los dos tipos se separan. Otto P. se pregunta por qué se separan en estas situaciones. Recuerda que en todas las películas y series en donde se produce una persecución, siempre hay alguien que propone: “ debemos separarnos”. “¿Por qué no seguir juntos?”- piensa Otto P. Si él se encontrara en una persecución límite como ésta jamás se alejaría de sus compañeros. Esto facilita la cuestión a la presa. La verdad es que nunca lo ha acabado de entender. Su reflexión le da la razón cuando uno de los dos tipos se aproxima al perseguido y éste le golpea con el mango de la pistola en la nuca, dejándolo inconsciente en el suelo, sin hacer ruido y sin haber tenido que gastar ni una bala. 

Otto P. sonríe al corroborar su teoría acerca de separarse o no en las persecuciones: - “Lo ves...”- dice en voz alta, como si el tipo inconsciente pudiera escucharle. 
Por la puerta de la lavandería llegan ahora cinco o seis tipos más: todos armados, ninguno oriental. También persiguen al primer tipo. Comienzan a recorrer la sala, bien organizados, acorralando poco a poco a la presa en una de las esquinas. Entonces, cuando parece que éste ya no va a tener escapatoria, descubre una compuerta de metal, que esconde un viejo montacargas. 

En ese momento Otto P. se da cuenta de que ya ha visto aquella secuencia, y también el resto de la película. Sabe que el tipo se va a escapar por allí. Efectivamente, así lo hace. Sabe que al llegar abajo se iniciará una persecución a través de un mercado situado, obviamente, en una ciudad oriental, China quizás. Otto P , a medida que avanza la trama va recordando más y más detalles de las secuencias que prosiguen. Sin embargo, para él, el hecho de haber visto ya aquella película no le supone ningún inconveniente. 

Lo cierto es que Otto P. ya ha visto la película, pero no en muchas ocasiones. 

En este caso, se siente seguro de hacia dónde va la acción, pero con lagunas en cuanto a sus detalles, lo que le da margen para la sorpresa. Otto P. prefiere mirar una película que ya ha visto anteriormente, a otra inédita para él. Eso explicaría porqué hace años y años que no pisa un cine de novedades. 

Y eso le ocurre también con las canciones. Otto P. es un gran amante de la música, incluso se considera poseedor de cierto sentido y gusto. Pero ya hace décadas que no se compra un disco, que no descubre un grupo nuevo, como lo hacía en el pasado. Su universo musical consiste en sintonizar eternamente en la radio de su coche una emisora que repasa los clásicos del siglo pasado: de la década de los sesenta, setenta y ochenta. 

Cuando suena una canción desconocida cambia para encontrar otra que sí reconozca.

Finalmente el tipo al que perseguían consigue escapar en un helicóptero, que tal vez le lleve a su país, haciendo creer a todos los demás que ha muerto en una explosión de un tanque de combustible. Los títulos de crédito acompañan el vuelo del helicóptero que se hace cada vez más pequeño buscando el horizonte mar adentro. Otto P. vuelve a cambiar de canal repetidamente, hasta que sintoniza un debate deportivo, que en pocos minutos consigue hacerle dormir. 

Luego, en un lance rutinario e inconsciente, apaga el televisor y se desliza hasta la cama, donde continúa su letargo. De este modo evita el vacío que siente cada vez que deja de mirar la televisión.

A medianoche Otto P. se despierta alterado. Estaba soñando con la lavandería del hotel oriental. En el sueño era él el perseguido y el que decide escapar por el montacargas. Pero entonces comienza a caer al vacío, interminablemente, hasta que la angustia le hace despertar. Otto P. consigue apaciguar su nerviosismo bebiendo un vaso de agua del grifo del lavabo. Vuelve a la cama, en pocas horas debe levantarse para ir a trabajar.
Tras la cabecera y los aplausos dirigidos del público del plató, la presentadora del programa de testimonios de la tarde saluda a los telespectadores. Entre ellos está Otto P, fiel a su cita vespertina. La joven periodista, que está haciendo la suplencia a la presentadora habitual, de baja maternal, disimula sus nervios como puede cuando presenta a los primeros invitados. Dos hermanos del sur del país buscan a un tercer hermano, del que no han sabido nada desde que se fue a trabajar al norte. De eso hace ya treinta años. El encuentro es incómodo y emotivo a la vez. Otto P. no puede evitar estremecerse al ver los abrazos. Los siguientes invitados son también dos hermanos, pero mucho más jóvenes que los anteriores. Andan buscando a su padre, que los abandonó cuando eran niños. Quieren saber qué razones tuvo. Probablemente fueron las mismas por las cuales el tipo en cuestión no ha querido presentarse al programa a conocer a sus hijos. Otto P. siente una especie de rabia contenida. La última invitada es una madre que quiere hacer las paces con su hija. Según explica, ambas tienen un carácter muy fuerte que las hace chocar constantemente. Ahora ella se ha comido el orgullo y ha dado un paso adelante para reconciliarse. Las dos mujeres se funden en un abrazo mientras lloran y se balbucean mensajes imposibles de entender para el telespectador. Otto P. también derrama lágrimas, La presentadora se despide hasta el día siguiente. Todavía está nerviosa. Otto P. cambia de cadena mientras se seca las lágrimas de la cara. En los últimos cinco entierros a los que ha asistido, entre ellos sus padres, ni siquiera se ha emocionado. Y no es porque no lo sintiera.
 En cambio, cada tarde acaba llorando viendo los dramas ajenos. Para Otto P. la televisión se ha convertido también en un instrumento para canalizar sus sentimientos.

Por la mañana, en el trabajo, Otto P. escuchó como dos tipos lo comentaban en el ascensor. Esta misma noche estrenan una nueva serie de humor ambientada en unos grandes almacenes. Otto P. y los dos tipos trabajan en unos grandes almacenes. Él forma parte del equipo de mantenimiento, desde hace más de veinte años. Los otros dos tipos llevan el uniforme de dependientes.

Cuando las noticias dejan paso a la información meteorológica, Otto P. da un mordisco al bocadillo de jamón con queso. Un sorbo de cerveza sin alcohol de la marca blanca del supermercado le ayuda a tragar el bocado. Otto P. da por hecho que en el estreno de una nueva serie los programadores de la cadena aprovechan la audiencia para colar una sucesión de anuncios. Éstos, sobre todo los que ya conoce, no le molestan en absoluto. 


Diez minutos más tarde del horario pronosticado suena una música pegadiza, acompañada de una presentación continuada de unos personajes sonrientes. Es la cabecera de la nueva serie Gran Almacén. En pocos minutos Otto P. descubre cuál es el tono elegido por los guionistas. La serie es desenfadada, pero con alguna trama seria, incluso con tintes de drama. Algunos personajes son perfectamente creíbles, mientras que otros son auténticas caricaturas. El hilo te lleva un rato de la emoción al humor absurdo. Se nota que es un embrión en construcción, que en el futuro se desarrollara hacia donde decida la crítica y la audiencia. Si el espectador se la toma en serio, los guionistas reforzarán las tramas dramáticas y camuflarán poco a poco los personajes ridículos. Si el público y la crítica la entiende como un producto para reír, los guionistas activarán el plan be: ridiculizarán a todo hijo de vecino y la convertirán en una comedia al uso. En mitad del primer capítulo aparece un nuevo personaje. Es el encargado de mantenimiento de los grandes almacenes. Es un tipo que ronda los cincuenta. Lleva una gorra y arrastra todo el día el carro de las herramientas, ascensor arriba y abajo. Es un tipo introvertido, huraño, que no se relaciona con nadie y que intenta pasar desapercibido en el trabajo. Los guionistas de la serie ridiculizan su manera de comportarse utilizando una voz en off que narra sus pensamientos, del todo disparatados. La cuestión no debería tener la más mínima trascendencia, de no ser porque el tipo de mantenimiento de la serie es físicamente idéntico a Otto P. y se comporta del mismo modo. Si no fuera prácticamente imposible se diría que han construido ese personaje inspirado en él. En la serie, el tipo de mantenimiento se llama Carl, pero todos lo reconocen como “el puerco espín”, aunque, evidentemente, él no lo sabe.
Al día siguiente, en el trabajo Otto P. nota una extraña sensación, se siente observado por sus compañeros. Todos los que ayer vieron el estreno de Gran Almacén enseguida le relacionaron con “el puerco espín”, y se hoy encargan de poner al corriente de la similitud al resto. Otto P. deja de pasar inadvertido para convertirse en “el puerco espín”, modo en que todos le comienzan a llamar a sus espaldas. Esto trastoca por completo los planes de Otto P. acostumbrado desde hace años a no ser el centro de las miradas. La semana en el trabajo se convierte en un suplicio, ya que incluso los propios clientes se percatan del parecido razonable. La situación se hace insostenible cuando unos adolescentes le gritan: “¡Puerco espín!” antes de salir corriendo por las escaleras mecánicas del centro comercial. Otto P. aún tiene la esperanza de que la serie no tenga la audiencia necesaria como para seguir en la parrilla televisiva. De este modo, en unos días nadie se acordará del puerco espín y él podrá continuar con su vida tranquilamente.
Tras el segundo capítulo la serie prácticamente dobla el número de espectadores, convirtiéndose en el programa más visto del mes. Para más inri, el personaje de Carl, el encargado de mantenimiento, el puerco espín, ha adquirido más protagonismo en la serie y participa de varias tramas a la vez. Los peores temores de Otto P. se han cumplido.

Al día siguiente Otto P. urde un plan. Decide no ir a trabajar y dedicar todo el tiempo a cambiar de aspecto, para conseguir no parecerse en nada al “puerco espín”. Se afeita la barba de cuatro días que siempre luce. Se corta el pelo y se lo tiñe para ocultar las canas. Se aplica una gomina y lo peina hacia atrás. Se quita las gafas y vuelve a usar las lentillas, que tenía olvidadas. Se mira al espejo y realmente es otra persona, totalmente diferente al tipo de la serie. Mañana regresará al trabajo y todo volverá a ser como antes.
Después de cenar Otto P. se tumba frente al televisor, como siempre. Disfruta del Open Británico de golf, pero no resiste ni siete hoyos. La tensión acumulada los últimos días y su resolución final le provocan un placentero estado de relax, preámbulo de un profundo sueño. Por la mañana el despertador suena en la habitación, pero Otto P. lo escucha aún desde el sofá. Se levanta y se dirige al baño. Al mirarse en el espejo, con su nuevo look, sonríe satisfecho.
El plan ha surgido efecto, indudablemente. Otto P. ya no detecta miradas sospechosas. Ya nadie le compara con el “puerco espín”. Es otra persona, y como tal comienza a sentirse algo más seguro. Dos dependientas de la sección de perfumería, perfectamente maquilladas, se sonríen al cruzarse con él en el pasillo. Una de ellas le pregunta:
- ¿Eres nuevo, verdad?
A lo que Otto P. se sorprende a sí mismo contestándole:
- Sí. Soy nuevo. - Piensa que en realidad tampoco está mintiendo del todo.
Durante la siguiente semana, Otto P. mantiene más conversaciones con compañeros que en los últimos diez años. Por primera vez desde que iba al instituto goza de popularidad. Después del trabajo y los fines de semana queda con ellos, para tomar unas cañas o hacer alguna actividad. Algunos de sus nuevos colegas le proponen una cita con la dependienta de perfumería, pero Otto P. cree que es demasiado precipitado. Aun así lo meditará. Otto cada vez mira menos la televisión. Tan solo pisa su casa para dormir. A pesar de todo, esta noche, como todos sus compañeros de trabajo, se dispone a ver el cuarto capítulo de Gran Almacén.
El batacazo es impresionante. La serie cada vez está más orientada hacia el humor y el personaje de Carl, el puerco espín, da un giro inesperado. El tipo está harto de su aspecto y decide cambiarlo. Otto P. no da crédito a lo que la trama le va mostrando. Aquello parece ser una cámara oculta o una broma de mal gusto del destino, pero la nueva apariencia del personaje se torna similar a la suya actual. Al concluir el capítulo Otto P. se siente en un callejón sin salida. Todo lo avanzado la última semana se ha quebrado en un instante. Otto P. se deprime y decide no ir al trabajo al día siguiente, que pasa frente a la pantalla devorando formatos infumables. Al cabo de tres días sin trabajar decide dejar el trabajo en los grandes almacenes, después de tantos años. Se siente liberado y a la vez un cobarde, por no afrontar la situación.
Cuatro meses después Otto P. muestra un estado lamentable. Se pasa días enteros sin salir a la calle ni ver la luz solar. Sus índices de serotonina se encuentran bajo mínimos. El dinero se le acaba y debe buscar otro empleo. Pero antes se dispone a ver el último capítulo de la serie Gran Almacén. Durante todo este periodo ha sido incapaz de mirarla, por miedo a su paralelismo con su propia realidad. Hoy se arma de valor: “miraré la serie y mañana saldré a buscar un trabajo”. Para su sorpresa, Carl, el puerco espín, ha desaparecido de la trama. En realidad sólo vivió durante seis capítulos. El actor quería más dinero, debido a su popularidad. La productora de la serie no cedió a la presión y los guionistas lo borraron. Otto P. se siente ahora aliviado y a la par imbécil, por haberse dejado influenciar de este modo.

Al día siguiente reparte su currículum por todos los grandes almacenes y hoteles de la ciudad. Pronto es encargado de mantenimiento en un gran hotel del centro. Una tarde, al llegar a casa, Otto P. desenchufa el televisor y lo introduce en su caja de cartón, que todavía guardaba en el desván. Lo baja con el ascensor y lo lleva hasta la tienda de electrodomésticos de segunda mano. Con el dinero que le dan por él compra una pecera, aproximadamente de su mismo tamaño. La llena de agua y de peces tropicales de varias especies compatibles, para que no se devoren unos a otros ni se contagien enfermedades. La coloca sobre la mesa del televisor y la contempla desde el sofá, mientras se dispone a leer un manual sobre acuarios y cuidado de peces.


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