martes, 14 de junio de 2016

LA SALA DE ESPERA

Estoy durmiendo. Noto la sensación previa al despertar. Es inequívoca, la he experimentado en miles de ocasiones. No sé el lugar en el que estoy, pero en cuanto abra los ojos recordaré el sitio donde me quedé dormido. La desorientación durará un segundo. Al menos eso creo. Abro los ojos. No sé qué lugar es éste, no recuerdo haber venido hasta aquí. Tampoco me acuerdo de haber estado otras veces. El corazón se me acelera. Me encuentro en una habitación amplia, de unos seis metros de ancho por veinte de largo. Tiene toda la apariencia de una sala de espera. Hay hasta ocho o diez bancos alineados, para sentarse. De hecho yo estoy en uno de ellos. Frente a mi hay una pareja joven, de unos veinte años. Duermen con la cabeza recostada, el uno sobre el otro. Tres bancos más allá una anciana de unos noventa años, también duerme, como yo lo hacía hace un minuto. 
Examino la habitación de nuevo. El suelo es de mármol blanco, las paredes de azulejos de un blanco más mate y el techo de yeso sin pintar. De él cuelgan una serie de fluorescentes, que dan luz a toda la estancia. Uno de ellos parpadea. No se oye ni el sonido de una mosca. No hay ventanas. Sólo descubro la silueta de lo que parece ser una puerta, al fondo de la sala. No tiene un mango para abrirla. No recuerdo haber entrado por ella. Pienso que me han drogado. Quiero correr hacia la puerta, para salir de allí, pero me siento cansado e incapaz de mover los pies. Vuelvo a sentir mucho sueño. 
Abro los ojos de nuevo y descubro una nueva persona en la sala. Es un hombre de unos sesenta años, que duerme en el banco del fondo. Ahora parece que tenga la mente algo más clara, así que comienzo a analizar la situación de nuevo. Lanzo la teoría de que estoy enfermo y que aquello es una sala de espera del hospital. Todo parece encajar. Creo que tengo lagunas en la memoria. Llego a la conclusión de que estoy en un centro de medicina mental. Eso es. La sala cerrada, los otros internos sedados y yo con lagunas en la memoria. Intento tranquilizarme. De lo que estoy seguro es que odio las esperas. Tras unos minutos de tranquilidad aparente intento trazar una estrategia. Me pregunto qué se supone que debo hacer. Quizás esperar a que venga alguno de los médicos. Intento recordar algún supuesto psiquiatra que me haya tratado, pero es inútil. 
Entonces decido despertar a las otras personas. Comienzo por intentarlo con la pareja joven. Lanzo un grito, pero descubro que mi voz no suena. Vuelvo a intentarlo y es inútil. Es como si llevara puestos unos auriculares. Me toco las orejas y no se si no tengo voz o me he quedado sordo. Provoco un ruido golpeando mi mano contra el banco y tampoco oigo nada. Ahora sí estoy intrigado. Pienso que quizás haya sido abducido por unos extraterrestres y comienzo a pensar que tengo alterada la percepción o que estoy enloqueciendo. 
De repente se apagan los fluorescentes de la sala. El corazón me da un vuelo. Estamos a oscuras. Intento palpar con mis manos y pienso que sufriré un ataque de ansiedad. Poco a poco, sin embargo, y sin saber cómo, mi estrés se va convirtiendo en una sensación placentera, próxima a la calma total. La puerta de la pared del fondo se abre y deja entrar una luz muy potente. Ignorando porqué me levanto del banco y me pongo de pie. Ya no estoy cansado, ni intranquilo. Me siento bien. Comienzo a caminar hacia la puerta, con la certeza de que debo atravesarla. La luz que sale de ella me hace cerrar los ojos. Y entonces comienzo a recordar las luces del camión que venían de cara a mí. El golpe de volante, el sonido de los cristales y todo lo demás. Me detengo frente a la puerta, la cierro y decido quedarme en la sala. No recuerdo nada más. ¿Qué está pasando?

- Todavía está conmocionado. Ahora descanse, pronto se encontrará mejor.

4 comentarios:

  1. ¡Felicidades! Bonito relato, resulta gratificante leerlo un lunes por la mañana. Es sugerente, en cuántas salas "de tránsito" esperamos porque no sabemos porque puerta salir...

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  2. A veces no sabemos porque puerta hemos entrado. Me alegro que te haya gustado.

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  3. No sé si has tenido alguna vez una experiencia como ésta que describes, pero lo haces de tal manera que resulta increíble la realidad que le pones al relato.
    No puedo opinar sobre estos sentimientos de tu personaje porque nunca he tenido esta vivencia; me han dormido y me han despertado varias veces, pero no me he enterado de nada. Lo que sí puedo comentarte es sobre las salas de espera de hospitales, que de eso sé bastante.
    Las sensaciones que sientes en una sala de espera de un hospital son parecidas a las que puedes sentir en la sala de espera de un aeropuerto. Sientes ansiedad, inseguridad y ganas de que termine porque no se tiene control de la situación. Si te llevas una revista , puedes entretener la espera, pero si no, a observar. Y el que es observador, observa mucho.
    Sigue observando, sigue prestando atención a los detalles como tú siempre haces. Después deleitanos con tus relatos.

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    1. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Las salas de espera son minas de oro para escritores, como los vagones del tren o los mercados.

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