Igor es un
tipo normal. Elabora quesos con leche de oveja siguiendo un procedimiento
artesanal. Es la tercera generación de queseros. Vive en un pueblo donde todo
el mundo se saluda por la calle, aunque no todo el mundo se conoce. Hay
poblaciones donde todos se conocen, pero no todos se saludan. También hay otras
donde muy pocos se conocen y casi nadie saluda.
Dos veces
al mes Igor se desplaza hasta la ciudad, para visitar a sus clientes. La
mayoría compran sus quesos desde hace muchos años. Muchos de ellos ya eran
clientes de su padre y algunos incluso de su abuelo. Comercios tradicionales,
paradas de mercado, alguna quesería…
Para Igor,
acostumbrado a la tranquilidad de su pueblo, un día en la ciudad supone una
alteración considerable de su estado de ánimo. Le es imposible controlar tanto
movimiento, tanta información, tanta prisa, tanto estrés, tantas caras
diferentes...
Desde hace
algún tiempo, los días que camina por la ciudad, Igor viene experimentando el
mismo curioso proceso. Éste se desencadena a media mañana, cuando el quesero se
fija en una cara que cree reconocer, aunque no sabe de qué. Al cabo de un rato
le vuelve a suceder lo mismo con otra cara diferente. Igor siempre ha tenido
mucha memoria para recordar una cara, pero ésta le falla ante tal abundancia. A
medida que transcurre la jornada, el fenómeno se reitera, cada vez con una
frecuencia mayor. Hasta que a media tarde llega un punto en el que Igor,
observe la cara que observe, cree reconocerla. A veces incluso llega a saludar
a alguien, que lo mira extrañado o indiferente. Cuando llega a esta situación,
Igor sabe que es el momento de regresar a casa. Igor es un tipo normal.
Desaludados hay en todas partes. He recordado el comentario de mi padre: "Hay que ver. En mi pueblo no encuentro a nadie para saludar.Y aquí en Barcelona la calle llena de gente y no te saluda ni Dios". Los de la ciudad son, digamos, "obligados". Los de un camino estrecho , un cruce entre dos, sin nadie más alrededor, son desaludados "maleducados". Y luego están los peores, los de un lugar pequeño donde todos se conocen que, por un "quítame esas pajas", dejaron de saludarte y tú también lo hiciste porque te cansaste de hablar solo; son los "tóxicos".Es desagradable saludar y que no te contesten. Me ocurre a menudo. Pero, salvo en los casos claros de los "obligados", siempre saludo y pienso seguir haciéndolo. A veces, ante el silencio como respuesta, me giro y suelto un "¡sordo!" con mala uva.
ResponderEliminarJe je, qué bueno. Yo intento saludar siempre. Vivo en un pueblo donde la gente se saluda por la calle, pero mantiene las distancias. Es un privilegio.
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